Por Diego Jemio
En este país sudamericano todos saben quién es Barbarita Flores. Ella nació en la provincia de Tucumán y se hizo famosa en 2002, cuando apareció llorando por hambre en la pantalla de televisión. Diez años después, los canales de televisión la buscaron nuevamente: vivía en una casilla precaria, casi destruida por las tormentas. Hace un tiempo, esa niña que ahora es una mujer fue mamá. El diario La Gaceta de Tucumán le hizo una nueva entrevista, en la que contaba que su situación había cambiado poco desde que era una nena que se desmayaba por el hambre en la escuela.
Además de convertirse en un símbolo de la desnutrición, la historia de Barbarita es la del 32.2 % de la población argentina, unos 8.7 millones de personas que residen en 31 aglomerados urbanos; los indigentes suman 1.7 millones, de acuerdo con los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). Hay otro dato que no salió en esa encuesta, pero que da cuenta de la desigualdad y de los estragos del modelo agroexportador en el país: Argentina tiene 40 millones de habitantes; en 2015, produjo comida para alimentar a 400 millones de personas.
Argentina no es una isla en América Latina –la región más desigual del mundo. El 9.7 % de la población en Uruguay era pobre a finales de 2015, según el Instituto Nacional de Estadística. La cifra en Chile asciende a 11.7 %, mientras que en Colombia alcanza el 27.8 %. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2014 el índice de pobreza creció un punto. En ese año, 7 millones de personas cayeron en la pobreza (28.2 %), luego en 2015 las carencias entre las personas pobres aumentaron de 11.8 % a 12.4 por ciento.
En la Argentina, durante la última campaña presidencial, el entonces candidato y actual mandatario Mauricio Macri construyó su discurso con base en el objetivo de Pobreza Cero. Apenas llegó a la presidencia, cambió el foco y dijo: “Es obvio que en cuatro años no se logrará”. Mientras tanto quitó las retenciones a las exportaciones, en un guiño a los grandes productores del campo.
Según un informe de la Universidad Católica Argentina, el “macrismo” generó un millón y medio de “nuevos” pobres desde su llegada en diciembre. En estos meses, los sectores más vulnerables se vieron afectados por el incremento de los precios de las carnes y harinas, el aumento del transporte y los servicios públicos.
Juan Wahren, sociólogo, miembro del Instituto de Investigaciones Gino Germani y docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), marca como un punto de inflexión para discutir la pobreza el año 1996, cuando se aprobó el ingreso de la soya transgénica a la Argentina. “Es un cambio de paradigma productivo y tecnológico. El síntoma es la soya, que va reemplazando a otras actividades como la carne, el maíz, el trigo y el sorgo, además de avanzar sobre las economías regionales. Por eso la producción de alimentos como arroz, carne y leche es cada vez menor y más cara. También hay una pérdida de soberanía alimentaria. Es una paradoja que el granero del mundo no pueda alimentar a su propia población”, analiza.
En un país con ese formato de agronegocios, se pierde mano de obra porque la producción de soya requiere menos fuerza de trabajo. “Mucha de esa población termina emigrando a los cordones suburbanos de las grandes ciudades. Además, hay un proceso de desfertilización de los suelos. En México, ese modelo de agronegocio también avanzó, pero hubo un mayor reparto de tierras y la producción campesina es más numerosa. En Argentina, resulta más difícil escapar del esquema planteado desde los noventa”.
La historia de la pobreza
Julio Gambina, economista especializado en economía política, recuerda que a inicios de la década del 70 la Argentina tuvo la mejor distribución funcional y personal del ingreso, con un porcentaje de entre 2 % y 3 % de pobres. Y el pico máximo fue durante la gran crisis de 2001-2002, en el que se llegó a establecer un porcentaje de 57 % de la población. En esos tiempos, Argentina salió en todos los diarios del mundo por su crisis institucional, en la que llegó a tener cinco presidentes en once días. El especialista sostiene que no se puede pensar el tema de la pobreza en el país sin analizar el deterioro del mercado de trabajo en los últimos años.
“Es un problema estructural que debemos verlo en un sentido amplio. Más del 32 % de la población no logra satisfacer sus necesidades básicas, pero también hay una distribución regresiva del ingreso. Las empresas y el propio Estado tienden a tirar abajo las negociaciones colectivas de salarios. Hay un grave deterioro en el ingreso de los trabajadores asalariados. En ese marco, el gobierno de Macri en Argentina y de Michel Temer en Brasil reinstalan la agenda tradicional neoliberal.
Solo basta fijarse en las primeras medidas de nuestro presidente: devaluación (transferencia de ingreso a los sectores más concentrados de producción), quita de retenciones al campo y el pago a los acreedores externos (fondos buitres). Lo de Pobreza Cero fue solo una estrategia electoral”.
Números que esconden
¿Cómo se mide la pobreza? ¿Acaso bastan un par de cifras? ¿Está determinada solamente por el dinero que llevamos en el bolsillo? Argentina, como otros países de la región, no solo tiene nuevamente altos niveles de pobreza estructural, también ve cada vez más lejana su soberanía alimentaria, al igual que la diversidad agronómica y los cultivos sanos disponibles para la población. Las estadísticas de los países de la región no miden la calidad ni la diversidad de alimentos y solo se enfocan en los ingresos monetarios.
Marcelo Giraud, docente de la Universidad Nacional de Cuyo y miembro de la Asamblea Popular por el Agua, cree que los números no bastan para graficar la gravedad de la situación. “El proceso de deterioro del suelo se acentuó fuertemente con el monocultivo sojero. Hay cosechas de trigo, maíz y soja en las mismas parcelas. Como el suelo de la pampa argentina es enorme y uno de los mejores del mundo, esa pérdida de fertilidad y de nutrientes no se notan demasiado. Pero estamos dilapidando uno de los mayores capitales naturales de nuestro país”, advierte el ambientalista.
En los últimos años, la región pampeana fue víctima de grandes inundaciones, que representan la catástrofe natural más costosa para el país. En el norte de la provincia de La Pampa, por ejemplo, grandes lotes de trigo y cebada quedaron este año bajo el agua, con pérdidas que superan el 50 por ciento.
Giraud cree que el cambio climático es un factor agravante en las inundaciones, pero pone el foco en el proceso de deforestación de las cuencas altas, que no solo se realiza para plantar soya, sino también para la actividad ganadera cada vez más desplazada.
“Pasa exactamente lo mismo en la Amazonía brasileña. Aunque las lluvias sean iguales que en otros años, el suelo tiene una menor capacidad de almacenamiento de agua. El pico de crecida es mayor y el agua llega más rápido a los ríos. Eso pasa porque las lluvias caen sobre un suelo con poca cubierta vegetal. Es urgente salir de este monocultivo sojero hacia un modelo de agricultura más diversificado. Los componentes naturales del suelo bajaron enormemente por la aplicación del glifosato y otros agrotóxicos”.
El caso argentino va en sintonía con otros de la región, que hace algunos años tuvieron récords de exportaciones con altos precios de commodities por la fuerte demanda china, pero todavía dependen de sus materias primas. “Argentina depende de los granos. Chile, Perú, Bolivia, Ecuador y Venezuela de los metales y minerales. Y Brasil de los dos. Todos están lejos de una mejor calidad de la industrialización y de actividades de servicio. México sufrió también la crisis de varias ramas industriales por la competencia china. El escenario es comprometido en toda la región”, agregó Giraud.
¿Castigo en las urnas?
El año próximo serán las elecciones legislativas en la Argentina. Será la gran prueba de fuego para el “macrismo”, que lleva menos de un año en el poder pero ya sufre un desgaste mayor a raíz de la caída del empleo, los tarifazos, la inflación y, por supuesto, la pobreza.
Ignacio Martínez, director de la consultora de opinión pública Ibarómetro, cree que la caída de la economía será un tema clave en los próximos comicios, aunque aún “no se deterioró su imagen porque terminará el año con un 50 % de imagen positiva”.
“Por ahora, las encuestas no muestran que la opinión pública le haya quitado el crédito, pero sí está amenazado en un futuro cercano. Quizá la pesada herencia del gobierno anterior, como una figura retórica, pueda jugarle a favor para diferir posibles penalizaciones. Pero si no muestra resultados más positivos y concretos, su popularidad se derrumbará. La desocupación y la pobreza comienzan a aparecen entre las principales preocupaciones de la gente”, manifestó.
El economista Julio Gambina es pesimista sobre el futuro cercano de la Argentina. “No solo no se cumplirá con la promesa de Pobreza Cero, sino que tampoco habrá una disminución de la pobreza. Dirán que la combaten y que la pondrán como prioridad en las próximas campañas electorales. Pero hay un dato real: la pobreza creció en los últimos 40 años. Y cuando bajó levemente nunca volvió al techo anterior”.
Macri debe enfrentar un coctel de inflación, pobreza, desempleo y una economía a la baja, a menos de un año de asumir la presidencia. Hace unos días, Cristina Fernández de Kirchner llamó a construir un “gran frente nacional opositor”. Nada será fácil para el ex presidente de Boca Juniors, y mucho menos para el 32.2 % de los argentinos que sufren la pobreza.
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Fuente: www.revistacambio.com.mx/mundo/un-granero-que-agoniza/