Cuando oímos hablar de “sustentabilidad” pueden surgir en nuestra mentes preguntas acerca de qué significa ese concepto, o también, prejuicios que tildan a éste de término complejo, o ligado solamente a desastres naturales que solo ocurren de vez en cuando y lejos de casa. En síntesis, para muchos, “sustentabilidad” es algo de lo que solo deben ocuparse los gobiernos y los ambientalistas, y que en nada tiene que ver con el día a día de todas las personas en el mundo.
Como suele pasar con las definiciones, ésta es poco precisa. En primer lugar porque las necesidades, para todas las sociedades de todo el mundo, no son iguales. Y en segundo lugar porque el Desarrollo Sostenible, según amplía las mismas Naciones Unidas, tiene cuatro dimensiones interconectadas: la sociedad, el ambiente, la cultura y la economía.
Y para pensar, entonces, en un futuro sustentable debe haber un equilibrio entre las dimensiones ambientales, sociales y económicas.
¿Qué es la Sustentabilidad ambiental?
La sustentabilidad ambiental se refiere al uso eficiente y racional de los recursos naturales, para que sea posible mejorar el bienestar de las sociedades actuales sin comprometer la calidad de vida de las generaciones futuras. Esto implica tener en cuenta los límites de renovación de los recursos, los ciclos de la naturaleza, y lograr un equilibrio entre el hombre y el medio.
¿Qué es la Sustentabilidad económica?
La sustentabilidad económica se refiere a llevar a cabo prácticas que sean económicamente rentables, pero también social y ambientalmente responsables. Es decir, apuntar al crecimiento económico, sin dejar de lado la equidad social y el cuidado ambiental.
Esto debería primar en las agendas de todos los empresarios del mundo, sin embargo, aún vivimos en un sistema económico basado en maximizar la producción y el consumo a cualquier costo, aunque esto implique explotar los recursos de manera ilimitada y no responsable, y generar mayor desigualdad social.
¿Qué es la Sustentabilidad Social?
Para alcanzar el equilibrio, el desarrollo no debe perpetuar ni profundizar la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Debe apuntar a alcanzar la equidad y la justicia social, promoviendo la participación de las sociedades en la generación (y la distribución) de riqueza.
Para esto es necesario que se respeten los derechos humanos (económicos, políticos, culturales, de géneros) de todas las comunidades del mundo.
También significa apoyar iniciativas que apunten a la conservación de las tradiciones y de los derechos de las comunidades regionales sobre su territorio.
Los desalojos de las comunidades originarias de sus tierras para la explotación de recursos es una de las prácticas que más atacan este principio. La búsqueda de rentabilidad económica prima sobre los derechos de los habitantes, su cultura, y el cuidado ambiental.
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