Y una fotógrafa capturó su encanto (así como el de sus habitantes y visitantes).
Por: Ecoosfera
Auroville es una de esas comunidades que están redefiniendo la utopía. Esta ciudad fue fundada en la India en 1968 con un solo objetivo: fomentar la sustentabilidad y la cooperación, oponiéndose al consumismo y el individualismo. Ahí no sólo se privilegia lo colectivo por sobre la propiedad privada y la colaboración por sobre la competencia, sino que además se hizo un auténtico milagro natural: se le devolvió la vida a un bosque.
La ecléctica comunidad de Auroville, constituida por más de 2,000 personas de 50 naciones según la BBC, ha plantado 1 millón de árboles desde que Mirra Alfassa fundó la ciudad en esta zona al sur de la India. Así, esta comunidad global convirtió un desierto en un auténtico bosque fantástico donde crecen, entre otros árboles, los hermosos banianos. Esta es la misma especie que, en otro lugar de la India, ostenta el récord Guiness del árbol más grande del mundo –y que es tan masivo que se le considera un bosque–.
Pero, como pudo descubrir la fotógrafa Néha Hirve, esto no habría sido posible sin la comunidad del bosque, en la cual habitan 100 personas y que es aledaña a Auroville –aunque tiene menos protagonismo–. Se trata, por así decirlo, de la comunidad rural de la utópica ciudad. Un auténtico paraíso en medio del bosque donde se predican y practican formas alternativas de vivir, quizá aún más radicales que las de Auroville.
Desde 2015, viajeros de todo el mundo han plantado
más de 30,000 árboles en la comunidad.
Esto ha sido posible gracias a la organización sin fines de lucro Sadhana Forest. Esta organización invita a los trotamundos a colaborar en la reforestación de esta área natural que la colonización europea dejó desierta tras construir varias ciudades en el apogeo de la revolución industrial.
Hirve, una fotógrafa radicada en Estocolmo e interesada en este proceso, viajó hasta allá para documentar la vida al interior de la comunidad. Y no fue nada fácil. Pero ahí descubrió que lo que le damos a la naturaleza, la naturaleza nos lo devuelve con creces. Y es que todos los que habitan en esta comunidad arbórea, así como quienes van de paso para ayudar –o para tomar fotografías–, se vuelven capaces de curar sus heridas, como explicó Hirve para National Geographic. Pero lo más importante es que regresan a su lugar de origen con todo un bagaje sobre vida orgánica, pues en la comunidad del bosque aprenden a vivir sin electricidad, sin Internet y sin mayores comodidades que las que ofrece la naturaleza –que en realidad son muchas–.
Así, el trabajo de esta fotógrafa es una invitación a conocer la insólita historia de la comunidad del bosque y de su masiva reforestación. Además, sirve de ejemplo para demostrarnos que otras formas de vida son posibles. La naturaleza es el límite, y eso es mucho decir.
Fuente: www.ecoosfera.com