Por Elizabeth Palacios
Dos décadas había dedicado François a ser consultor de negocios en un gran corporativo en Francia, su país natal, cuando descubrió que dejaba pasar todo lo que era realmente importante. Años atrás, había adoptado a dos niños en Colombia, pero jamás tenía tiempo de verlos ni estar con ellos. Por eso, para sorpresa de todo su entorno laboral y familiar, decidió romper por completo con el mundo que hasta entonces conocía y dedicarse a la educación de los pequeños por los que había cruzado un océano entero. No quería que la palabra padre fuera sinónimo solamente de una cuenta bancaria.
Aquella fue una misión de tiempo completo. Cuando los niños crecieron y François tenía 52 años, reflexionó sobre qué futuro le deparaba a él. Fue en 2004, durante una comida informal, que su antigua compañera de trabajo, Victoria, le presentó a Chay Lo, un joven ingeniero nacido en Camboya, proveniente de una familia muy pobre, quien tras haber destacado en la escuela más importante de ingeniería en su país, logró ir a estudiar a Francia en la Escuela Nacional de Ingeniería Rural de París (ENGREF, por sus siglas en francés).
Mientras comían, François escuchó los relatos del joven y supo todo lo que la gente tenía que pasar con el propósito de obtener el bien más preciado en la lejana Camboya. No hablaba de oro, carbón, diamantes o petróleo. El joven hablaba de agua potable.
En Camboya el agua abunda, nadie podría pensar que allí la gente vive igual que si estuviera en un desierto. Pero lo verdaderamente relevante es que esa agua no tiene la calidad necesaria para el consumo humano. La mortalidad infantil es de 20 % debido a que los habitantes beben agua estancada y contaminada.
François no podía creerlo y decidió tomar medidas. Todavía no tenía idea de cómo, sin embargo, sabía que no podía quedarse de brazos cruzados tras conocer semejante realidad. Si bien él no es ingeniero, tenía el talento de un buen consultor de negocios: saber rodearse de las personas adecuadas a fin de alcanzar sus objetivos. Así, puso manos a la obra.
De ese modo nació la primera idea de la organización 1001 Fontaines (Mil y un fuentes), creada por el ingeniero camboyano Chay Lo y los franceses Fançois Jaquenoud y Virginie Legrand, con la intención de concebir una solución para potabilizar agua y hacerla accesible a las familias en Camboya de manera sostenible; su principal foco son las comunidades rurales más alejadas.
Su objetivo es contribuir a mejorar la calidad de vida, el acceso a la salud y reducir la mortalidad infantil con algo que para muchos podría parecer simple y de fácil alcance, no obstante, a ellos les parecía un sueño inalcanzable: beber agua limpia.
EL IMPACTO SOCIAL
Hoy François tiene 65 años y es considerado uno de los emprendedores sociales más inspiradores de Europa. Aunque su proyecto inició en Camboya, actualmente también opera en Madagascar e India, con lo que 350 000 personas radicadas en comunidades altamente marginadas sacian su sed diariamente.
Sin embargo, el problema todavía es muy grande, pese al esfuerzo de los fundadores de 1001 Fontaines. Según la Organización Mundial de la Salud, en la actualidad 800 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso garantizado al agua potable. Por ello continúan en busca de apoyos, donativos y fondos para ampliar su impacto y llegar a más países. Uno de sus reconocimientos más notables fue por parte de Google, quien premió su innovación con medio millón de euros a fin de acelerar el crecimiento de este emprendimiento social. Con este dinero, ellos pudieron ampliar su impacto y llegar a 15 aldeas más.
Actualmente, en Camboya –donde el proyecto va más avanzado– se instalan dos plantas por mes en diferentes pueblos, así distribuyen hasta 2 500 000 litros de agua mensualmente.
LA INNOVACIÓN
La tecnología utilizada con el propósito de limpiar el agua en este proyecto realmente es simple y se usa desde hace más de treinta años, pues es a través de filtros ultravioleta. La innovación es de visión y negocio, más que tecnológica, ya que lo importante es que las mismas comunidades se involucren con la finalidad de participar en el proceso de purificación, embotellamiento y venta a bajo costo del agua, mediante un modelo de franquicia social. Esto permite que el agua ya no tenga que ser traída desde los puntos urbanos, sino purificada en cada una de las comunidades, con sencillas plantas potabilizadoras operadas por los mismos habitantes.
François y Chay vieron claramente que la reducción de los costos de transportación sería determinante para la sostenibilidad del acceso al agua, por ello era importante que las plantas no fueran vistas como algo externo, sino que los pobladores se apropiaran de estas plantas, pues se construye una en cada aldea.
Así, la verdadera innovación de este proyecto es al mismo tiempo la que llega a ser la mayor área de oportunidad de los emprendimientos sociales rurales: asegurar la sostenibilidad.
1001 Fontaines, no lleva agua a las comunidades marginadas, más bien les enseña a construir plantas con la finalidad de que ellos mismos purifiquen el agua que está ya ahí, en su ecosistema. Un emprendedor social responsable es elegido en un consenso con la comunidad, para ello toman en cuenta los usos y costumbres, y también consideran la opinión de la organización. Así, se firma un contrato tripartita donde el franquiciatario no sólo se compromete como si hiciera una compra-venta, sino que la persona encargada de la planta adquiere el compromiso de mantener sus promesas de calidad y precio, el cual es establecido por la organización y constituye un estándar en cada país donde opera: 1 centavo de dólar por cada litro.
MIRAR A FUTURO
La organización consigue el financiamiento a través de fondos humanitarios y donativos, ya que cada planta tiene un costo aproximado de 20 000 euros. Durante un año, el equipo de 1001 Fontaines se encarga de instalar la estructura de la planta, proporcionar los cilindros donde se envasa el agua y capacitar a la persona responsable que la comunidad ha designado.
Pasado ese primer año, el encargado ya es autónomo. Su trabajo consistirá en filtrar el agua, lavar y desinfectar los envases, rellenarlos y volverlos a entregar a los aldeanos. 20 % de sus ingresos son reintegrados a 1001 Fontaines para que le sean repuestos materiales y se garanticen siempre las operaciones de control de calidad del agua, que es muy estricto. La lógica de este modelo de negocio comunitario y participativo siempre es la sostenibilidad, pues el tener una población que se involucre 100 % con el proyecto permite crear estructuras a largo plazo. Esto fue clave debido a que en Camboya, igual que en otros países pobres, la gente está acostumbrada a esperar ayuda asistencial y humanitaria. François y sus socios saben con certeza que la única solución viable a largo plazo para alcanzar el desarrollo humano es la reactivación de la economía local.
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Fuente: www.revistacambio.com.mx/mundo/las-mil-y-una-fuentes/