Todavía hay países que devuelven la esperanza en este mundo globalizado cada vez más urbano, industrializado y, por supuesto, contaminado. Aunque está atrapado entre dos gigantes superpoblados y asfixiados por la polución, como son China y la India, el pequeño reino de Bután sigue resistiendo como uno de los últimos paraísos naturales de la Tierra. Perdida entre las cumbres del Himalaya, con una superficie similar a la de Extremadura y solo 750,000 habitantes, esta pequeña y exótica nación se asemeja en pleno siglo XXI a aquel idílico «Shangri La» que James Hilton describiera en su novela «Horizontes perdidos», luego convertida en un clásico del cine gracias a la magia de Frank Capra.
Hasta 1960, Bután no tenía ni carreteras ni moneda y permanecía cerrado al exterior. De hecho, solo permite la entrada de turistas y periodistas desde 1974 y, para evitar una invasión mochilera como la que sufre el vecino Nepal, hay que pagar 200 dólares al día (180 euros). Un visado prohibitivo que limita las visitas a solo 20,000 extranjeros cada año en Bután, donde la televisión llegó en 1999 y la riqueza se mide no por su crecimiento económico, sino por su índice de Felicidad Nacional Bruta.
Pero lo más sorprendente de todo no es eso, sino que Bután es uno de los dos únicos Estados del mundo que no contamina. El otro es el Vaticano, aunque por razones muy diferentes debido a su diminuto tamaño.
Con un 72 por ciento de su superficie ocupada por bosques, cuya tala para la exportación está prohibida, Bután emite cada año 1.5 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), mientras que sus árboles son capaces de absorber seis millones, según la compañía especializada Proudly Carbon Neutral. Gracias a esta masa forestal, no solo neutraliza sus emisiones contaminantes, sino que además ayuda a limpiar lapolución global, o al menos de sus sucios vecinos. Para 2020, su objetivo consiste en producir toda su comida de manera ecológica y, para 2030, reducir a cero sus gases de efecto invernadero, informa Ecowatch.
Uno de los motivos de este ecologismo nacional a ultranza es su religión budista, que determina en gran manera el carácter butanés y hace especial hincapié en la protección del medio ambiente y las especies animales. Buena prueba de ello es el único récord Guinness del mundo que ostenta el país, que marcó en junio del año pasado cuando cien voluntarios plantaron en solo una hora 49,672 árboles. Siguiendo con esta tradición, que simboliza el germen de la vida, todas las 82,000 familias censadas en Bután plantaron un árbol a principios de marzo para celebrar el nacimiento del heredero a la Corona, el hijo del Rey Dragón Jigme Khesar Namgyal Wangchuck. Junto a los que plantaron por todo el país otros 26,000 voluntarios, 108,000 árboles saludaron la llegada al mundo del pequeño «Gyalsey» («Príncipe»), quien perpetúa un linaje que dura ya más de un siglo y va por su quinto Rey Dragón en el trono.
Siguiendo con este impulso ecológico, el Gobierno se ha propuesto para el futuro potenciar el uso de las energías renovables. Explorando nuevas fuentes, como el viento, la biomasa y el sol, Bután persigue reducir su dependencia de la energía hidroeléctrica y sus importaciones de electricidad, que se disparan durante los fríos meses de invierno para garantizar la calefacción en los hogares.
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