Por: Diana
Conciencia Eco
La industrialización nos ha pasado factura. Hemos cambiado nuestras costumbres de tomar una dieta rica, variada y de calidad a encontrarnos en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, con que la mayoría de los alimentos que hay en sus hogares son ultraprocesados (en países desarrollados y en vías de desarrollo).
VIVIMOS MÁS, PERO ESTAMOS MÁS ENFERMOS
Esto nos lleva a observar las cifras de enfermedades relacionadas con esos malos hábitos que hemos ido adquiriendo. Entre ellas, enfermedades del corazón, incluyendo tensión arterial alta, por el exceso de sal que suelen llevar muchos de esos productos; además de hipercolesterolemia y diabetes en edades cada vez más tempranas.
A esto se le une el bombardeo de conservantes, colorantes, potenciadores del sabor, estabilizantes, modificadores de la textura…un sinfín de aditivos, que se sabe de su relación directa con múltiples enfermedades, desde alergias hasta cáncer. Solamente hay que leer algunos estudios científicos para informarnos de las consecuencias de esta pésima elección a la hora de alimentarse.
Otra cuestión a la que le debemos dar una mayor importancia es al tema de la obesidad, que ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial, y cada año mueren, como mínimo, 2.8 millones de personas a causa de la obesidad o sobrepeso, según los datos de la Organización Mundial de la Salud en el año 2017.
Aunque lo más desalentador es que la población infantil es la que está sufriendo las peores consecuencias, ya que los primeros años de vida son esenciales para la formación del organismo, si en esos momentos le proporcionamos una dieta pobre desde el punto de vista nutricional, su futuro puede estar en riesgo.
El problema es mundial y está afectando progresivamente a muchos países de bajos y medianos ingresos, sobre todo en el medio urbano. La prevalencia ha aumentado a un ritmo alarmante. Se calcula que en 2016, más de 41 millones de niños menores de cinco años en todo el mundo tenían sobrepeso o eran obesos. Cerca de la mitad de los niños menores de cinco años con sobrepeso u obesidad vivían en Asia y una cuarta parte vivían en África.
LA CLAVE ESTÁ EN LA CALIDAD Y VARIEDAD DE LOS ALIMENTOS
Dietas mal balanceadas o desequilibradas con exceso de grasas, sal y azúcar suelen desembocar en consecuencias para la salud. Por eso, es urgente tomar medidas desde las instituciones públicas como colegios, hospitales o centros de salud; y desde los propios hogares, en sensibilizar e informar a la sociedad del valor de los alimentos.
Tenemos que tener presente una frase que cobra cada vez más sentido, y que un célebre escritor chino, Lin Yutang, la pronunció alguna vez: “Nuestras vidas no están en manos de los dioses, sino en manos de nuestros cocineros.”
Debemos ser consecuentes con nuestros actos, si tenemos como hábito comer cualquier cosa, deprisa y sin leer los ingredientes que lleva el producto; no nos llevemos las manos a la cabeza cuando nuestro cuerpo empiece a resentirse. Necesitamos apreciarnos a nosotros mismos: la comida que comes puede ser la más poderosa forma de medicina o la forma más lenta de veneno. Esta frase lo resume todo.
De ahí la importancia de comenzar a cuidarnos, ¡cualquier momento es bueno y cuánto antes mejor! Hay que saber elegir entre todo lo que nos ofrece el mercado: siempre productos de temporada, de proximidad y en mayor medida ecológicos, sin productos químicos (ni antes, ni después).
Para los que aborrecen la fruta y la verdura, hay opciones menos drásticas como empezar a incorporarla de manera progresiva, optando por aquellas variedades que más gustan y alternarlas o salpicarlas con cereales, pastas o arroces.
Así, poco a poco, se puede pasar de una dieta aburrida y poco nutritiva; a un menú delicioso, colmado de sabor y, sobre todo, que alimenta.
Fuente: www.concienciaeco.com